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12 de febrero de 2015

Ni de Eva ni de Adán, lecturas belgas-niponas en Alicante


No voy a escribir una reseña sobre esta novela de Amèlie Nothomb porque no la he terminado, y al escoger una imagen de la portada me he quedado noqueada con la lectura de una de ellas. 

¿Cómo se puede tan alegremente romper casi literalmente un libro? No me ha poseído una fanática, pero son varios los títulos que he leído de esta belga-nipona y creo que su dominio del lenguaje y su imaginación, a la vez que su capacidad para la crítica en el terreno laboral son sublimes. Ahí están sus libros para leerlos y disfrutar.

No sé si "Ni de Eva ni de Adán" es una novela sobre amor. Creo que es un libro que narra la historia de una belga que regresa al país que la vio nacer y en ese reencuentro aparece un personaje tan peculiar como ella y es de recibo que acaben uniendo sus vidas.

Humor, la diferencia de costumbres, el miedo a amar, la complicidad, un paseo por Japón a través del personaje que no desvelaré, romper moldes, reflexiones divertidas sobre el protocolo amoroso japonés, son unas breves pinceladas para abrir boca.

Por ahora me quedo con estos párrafos:

"Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por mi parte, quererlo mucho significaba mucho. Me hacía feliz. Siempre me alegraba de verlo. Sentía por él amistad y ternura. Cuando no estábamos juntos, lo echaba de menos. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella historia me parecía maravillosa. Descubrí que mi miedo era infundado. Rinri sólo esperaba de mí que yo le escuchara. ¡Cuánta razón tenía! Escuchar a alguien es lo más. Y yo le escuchaba con fervor."

"Lo que sentía por aquel muchacho no se correspondía con ninguna palabra del francés moderno, pero en japonés el término adecuado era koi. En francés clásico, koi puede traducirse por gusto. Sentía gusto por él. Era mi koibito, aquel con el que compartía el koi: su compañía era de mi gusto"

Y estas historias están unas junto a otras en una biblioteca de Alicante. Esperando a ser descubiertas por un seguidor de la escritora o por alguien que por curiosidad decida elegirla. 

A mí, por ahora, me gusta y mucho. Creo que es una de las partes del día que más me agradan, coger el libro y perderme con esta japonesa de adopción que después de muchos años ha vuelto al país que la sedujo para tropezar con un ser en apariencia frío, callado, pero que guarda tantas historias como sentencias cada vez que abre la boca. Las apariencias siempre engañan.

Joana Sánchez

11 de febrero de 2015

La biblioteca Azorín o la biblioteca de la playa

VISTAS DESDE LA BIBLIOTECA
Quién no tiene un lugar donde ha pasado horas estudiando. Para una oposición, para una carrera, un grado, no importa, el caso era encontrar ese espacio donde sentirse no como en casa sino mejor; donde la paz no la perturbaba ni el timbre de la calle, ni el teléfono y gracias al ambiente, lograbas rendir más que en cualquier otro lugar.

Durante muchos años ese santuario estudiantil para mí fue la biblioteca Azorín, o como comúnmente se la conoce: la biblioteca de la playa.

Acudir hasta esta biblioteca pública situada en el Paseito Ramiro, 15 se convirtió como en un segundo hogar. A las horas de estudio, salpicadas con descansos, se unía la pasión por la lectura, esa que aparece tentadora cuando una ha de leer otros libros por obligación, y había que escaparse hasta un banco cercano para sumergirse en ellas durante un rato.





Hoy, después de mucho tiempo sin acudir, por fin se produjo el reencuentro. La temperatura de la sala era altísima y mi abrigo y la bufanda pesaban, mi tos la he mantenido en jaque durante la búsqueda de mis libros para no molestar al personal. 

Todo seguía igual. Algunas caras me resultaban familiares, otras no, y algunas simplemente ya no están. Es curioso cómo se llegan a estrechar lazos con desconocidos sólo por el hecho de compartir un espacio. 


Poco han cambiado las cosas. La sala de estudio, me dice el señor que atiende tras un mesa que debe llevar allí décadas "no la abrimos, exceptuando fechas de mucha concentración de gente", asiento y me marcho.

Con mis dos adquisiciones me quedo en la sala de los ordenadores, abro una de mis lecturas y la tos comienza a arrancarse por bulerías. No es plan. No está bien. Allí hay gente estudiando. 





En la máquina de siempre, echo una moneda para tomar algo que se supone que es chocolate caliente, no me importa lo que sea, hace bien su papel y a través de las vidrieras observo la playa. La misma que miraba con envidia cuando en verano me pasaba días encerrada allí con mis apuntes. Hoy estaba diferente. También bonita pero me hacía sentir nostalgia.


Después de un rato, he recogido mis cosas, y mi tos junto a dos títulos de Amèlie Nothomb, nos hemos despedido de ese espacio de donde tan buenos recuerdos guardo. Volveré, como siguiendo un ritual. Un acto espiritual. En silencio. 

Sin molestar y soñando con que algún día seré capaz de leer todo lo que hay en aquellas estanterías. Incluidas las películas, documentales y la música. ¡Para eso debería acudir todos los días y no va a ser así! 

Pero me gustaría tropezarme con un libro que hoy ha sido imposible hallar. Lo están buscando ¿lo encontrarán? Nunca se sabe.

Joana Sánchez