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24 de noviembre de 2015

El niño cavernícola y la niña con voz de sirena de ambulancia


Hace mucho tiempo, dos niños se enamoraron. Alejandro se enamoró de Virginia el día que le regaló -en un acto de valentía- una de las piedras que coleccionaba y ella la guardó despacito en uno de sus bolsillos. Él no necesitó ninguna prueba más. Aquella niña de pelo largo y negro sabía valorar sus tesoros. Siempre la querría.

Virginia era opuesta a él. A ella le gustaba hablar, reír, tenía muchos amigos y un poco de mal genio. Al principio, eso le hacía gracia, pero a veces, la observaba de lejos y si la veía con el ceño fruncido sentía un dolor en el estómago y le daban ganas de pedirle su piedra.

Pero, de repente, se acercaba hasta él, que andaba solo dando paseos, le ponía la mano en el hombro y le preguntaba cualquier cosa. Entonces, la miraba y sus ojos volvían a brillar y el estómago no le dolía.

Poco a poco, las charlas se convirtieron en un ritual. Se alejaban del grupo y ella apenas hacía caso a sus amigos. Se sentaban en el suelo y con la cabeza apoyada en el hombro del niño, oía sus historias sobre lo lejos que está la Luna de la Tierra.